Allá por septiembre del año pasado, un cliente mío de toda la vida, muy versado en letras, observando mis limitaciones en las artes literarias, y preocupado por el buen hacer del lenguaje, me propuso corregir ortográficamente mis artículos antes de enviárselos a mi editor. Para mí, su invitación fue una alegre y grata sorpresa, y desde entonces ha sido mi “ángel literario”.
Yo, no sabiendo cómo agradecer su trabajo y dedicación, le obsequio con pequeños detalles gastronómicos y se crea entre nosotros una relación de complicidad y sincera camaradería. ¡Es una gozada poder contar con él!
Hace un par de semanas, vino una mañana a la pescadería su compañera de vida. Se me hizo extraño, así, un día entre semana y a esas horas, fuera de su horario de costumbre. Se me acercó directa y me dijo que venía a hablar conmigo, “he venido a contarte, porque me imagino que no te habrás enterado…”, ahí ya se me encogió un poquito el estómago…”el sábado, mientras bajábamos del monte, a Santi le dió un infarto, y ha fallecido” casi me caigo. Me quedé sin habla. Paralizada.
¡Qué pena!¡Qué duro!
Aún no me hago a la idea. La vida, la muerte, el destino…tan insondable, incomprensible.
Voy a echar de menos sus críticas, sus consejos y sus elogios y su complicidad. Me siento huérfana.
Y con la pena y la incomprensión sólo tengo ya lugar para el agradecimiento. Eskerrik asko Saioa, por venir a contármelo, no sabes cómo te lo agradezco.
Eskerrik asko Santi, por tu entrega gratuita, por tu preocupación por mis escritos, por cómo me pillabas cuando a un artículo le había dedicado más o menos tiempo, por tus ánimos, tu paciencia…¡por estar ahí!
Así que, no puedo por menos que dedicarte este artículo, ya sin tus delicadas correcciones.
Y esta receta. La que mejor me sale de todas.
Para tí. ¡Y hasta siempre!
Ver receta de Antxoas marinadas