Me encanta el turismo gastronómico. Si con eso se refiere a estar de vacaciones y comer lo que se come y beber lo que se bebe en cada lugar. Visitar lonjas y mercados, hablar con la gente y disfrutar de la comida y la bebida de cada zona. Y si la comarca es pesquera y el producto estrella viene del mar mejor que mejor.
¡Qué disfrute!
Y eso es lo que he tenido la suerte de hacer este verano.
La costa gaditana, Málaga y Huelva nos han recibido con los brazos abiertos y nos han dado lo mejor de lo mejor. Atún Rojo, bocinegros, borriquetes, combas, urtas, pez cochino, San Pedros, viejas… ¡menudo festival de pescados! Unos tan diferentes y otros tan iguales a los nuestros.
Al fin y al cabo, el océano es uno y las puertas no están cerradas…la globalización empezó con el Big Bang.
Coquinas, almejas, cigalas, longeiron, bogavantes, langostas, carabineros, brillantes, alistados, langostinos…Pulpo, cochos, puntillas, calamar…
¡Cuánto marisco rico y fresco!
Gambitas en tortita con huevo frito, pescado en adobo, fritura de pescado, gambas cocidas, costillar de atún rojo a la plancha, tortillita de camarones, huevas de pulpo, mojama, acedías, boquerones…y ¡sardinas! ¡Muchas sardinas!
Conil, Isla Cristina, Barbate, Sanlúcar… son pueblos con rica actividad pesquera y de calidad.
Un gusto verlo, olerlo, tocarlo y …catarlo.
Cercanos a las lonjas, en todos los puertos, hemos encontrado garitos, en su mayoría humildes y de andar por casa, donde nos han servido los frutos de la pesca tal cual, sin florituras ni ornamentos, un poco pasados por el fuego a la plancha o hervidos de la forma más sencilla, pudiendo apreciar así todo su sabor y su frescura.
Y si hablamos de sencillez a la hora de cocinar un pescado no hay nada más simple y básico, y a la vez exquisito, que un ESPETO. La costa de la Luz, Málaga, Cádiz, Huelva está sembrada de espetos. En las playas, en los bares, en las tascas y restaurantes…en todos los lugares hay espetos. Un espeto es, en esencia, un espacio lleno de brasas sobre las que se cocina el pescado. En la mayoría de las playas estos espacios son pequeñas barcas de pescadores que se llenan hasta rebosar de arena y sobre ella se enciende el fuego que dará lugar a las brasas.
Y lo más curioso es cómo cocinan el pescado allí.
Cogen el producto en cuestión, ya sean unas sardinas, lo más típico sin duda, o un rodaballo o una sepia, y los atraviesan con unos largos pinchos de metal, cómo los de los pinchos morunos, pero en largo y grueso.
Después lo clavan en la arena en oblicuo, dónde están las brasas y el pescado se va cocinando al calor de ellas. Al rato, el maestro espetero les da la vuelta y listo, ya está. Y ya lo creo que está porque así mismo te lo sirven en la mesa, sin más florituras, aliñes, refritos o acompañamientos. Y el pescado es pescado y sabe solo a pescado.
Y está…de morir…
Una tiene duda, cuando se lo sirven, si aquello estará seco, pero no, está jugoso y sabroso. Y para mí es un placer poder saborear esos gustos tan potentes en su forma más pura y primitiva.
¡Qué maravilla!
Y si además te dejas aconsejar y pruebas un vino blanco de la zona producido con uvas moscatel que sorprende mucho…pues ¿Qué más se puede pedir?
Cómo dice mi gran amigo Jon, ¡quien esté mejor que nosotros en este momento, qué le aproveche!
On egin!