Valiente donde las haya y emprendedora sin master ni formación se aventuró en un sector que desconocía en su totalidad. Es más, una de las percepciones de mi abuela en su primer contacto con el pescado en Donosti fue que aquello no sabía a nada, porque “no picaba”. El pescado que llegaba a su pueblo, lleno de moscas, picaba, y mi abuela pensaba que ese era el verdadero sabor del pescado.
Y de ahí, de ese inicio, hemos comido y vivido ya cuatro generaciones.
De los cuatro hijos que tuvo mi abuela, fue mi madre, Espe, la que tenía claro que a ella le gustaba mucho el negocio y que quería seguir en él. Ya de niña, en sus recreos de la escuela del Castillo, actual Orixe, muy cercano a la pescadería, bajaba a echarle una mano a su madre.
Y a partir de los catorce, cuando terminó sus estudios primarios, se estableció definitivamente en la pescadería con mi abuela y ahí se quedó, toda su vida.
Hoy en día, más de seis décadas después, sigue viniendo a echarme una mano cuando le necesito o a decirme lo que está bien y lo que está mal…¡madre no hay más que una! (y menos mal…jajaja). Coge el delantal y los guantes y con ese garbo que le caracteriza despacha a los clientes con la misma ilusión y sonrisa que el primer día.
Resultó, que cuando mi abuela cogió la pescadería y se dió de alta en el registro de la lonja de Pasajes para poder comprar el pescado, tenía que dar un nombre para identificar su negocio, y, como es normal, quiso dar el suyo, Amalia.
Pero ya había una Amelia y aquello podía dar lugar a confusión y se lo denegaron. Luego lo intentó con su apellido, Berastegui, y le pasó similar con una tal Berasategui, así que decidió poner a la pescadería el nombre de una de sus hermanas, Esperanza, Espe, ese nombre no estaba cogido y sirvió.
Cuando nació mi madre, años después, el azar quiso que mis abuelos tomaran a la tía Espe, hermana de mi abuela, como madrina de mi madre, y por aquellos tiempos era muy común que las ahijadas adoptaran el nombre de sus madrinas, así que a mi madre le bautizaron como Esperanza, Espe.
Y ya es casualidad, que de todas las hijas de mi abuela, fuera Espe, la tercera, la que se sintiese atraída por el negocio, la Espe precisamente…
La vida está llena de casualidades, aunque yo creo que no existen, y que, como decía Newton, son caminos que toma Dios para hacerse el encontradizo.
Pues bien, sesenta años después, cuando se realiza la obra en el Mercado de la Bretxa y se reestructura a todos sus asentadores, son doce las pescaderías que siguen en el proyecto, y hay que enumerarlas.
Al igual que en el resto del mercado, se realiza un sorteo simple de la numeración de los puestos, y ¡voilá!, ¿cual nos toca? ¡El 12!
Así que si venís a nuestra pescadería y miráis a la izquierda, veréis que luce orgulloso en cerámica y color blanco y rojo, ese doce tan bonito que le dieron a mi abuela en los años treinta, testigo de tantas jornadas.
Mi padre, Arsenio Archeli, es calderero (no de la Hungría…pero casi), y desde que se casó con mi madre, al inicio los setenta, y antes, no ha dejado de “poner hierro al asunto”.
Que si un mostrador, un armario, una estantería, la mesa de trabajo, los ganchos, las bandejas…mi padre todo lo soluciona con hierro, mejor dicho, con acero del bueno, porque mira que pasan años, y agua, y sal…¡y ahí no hay ni gota de óxido!
Cuando paséis a vernos, fijaos bien, el metal está por todas partes, limpio, brillante, lustroso…
Aquellos años, los cincuenta, sesenta… eran otros tiempos, siempre pienso que la vida era más dura y a la vez más sencilla, al tener menos, se complicaba todo menos.
Mi madre siempre me cuenta que por entonces, en muchas casa no había frigorífico, y la compra se hacía al día, claro. Los domingos el mercado, las pescaderías, también abrían, un rato por las mañanas, antes de la misa de 12,00, y “las mujeres venían sobre todo a por algo de marisco para la paella de los domingos, luego cerrar, limpiar y a misa”.
El hito de la modernización en nuestro negocio fue la instalación del teléfono, fue uno de los primeros de San Sebastián, y sólo tenía cinco cifras 25355.